miércoles, 20 de mayo de 2009

[A verlas venir]

***



Cae la tarde encogida,
casi en posición fetal.
Los perros juegan en el agua
de un finísimo riachuelo
que las últimas lluvias
apresuraron a formar
y los vencejos vuelan
cada vez mas y mas alto.

Las aceras hace ya rato
que pasaron de largo
y pienso que me hubiera gustado
ser uno de aquellos perros.
Pero nunca se me dió
demasiado bien
eso de ladrar. Que infortunio!

Es rara esta rara sensación
de sentarse a esperar
cuando no queda nada por hacer,
sentir esta brisa en el pecho
y pensar que algun día
pudo haber sido un vendaval.

Las conversaciones en idiomas
que no son el mío
atraviesan mi cabeza
convirtiéndola en un babel
de cables y antenas.

Y sin embargo puedo entenderlos.
Al igual que a la hierba,
que ha comenzado
a cubrirlo todo
con su verde manto,
convirtiendo el yermo paisaje
en un lienzo mas bien glauco.

La luz, que todavía deja verse,
ya no alcanza
a calentar los cuerpos,
y vemos como los abrigos
se apresuran en cubrir
la estampa de los transeuntes
mientras dos viejos
hacen apuestas
sobre si finalmente romperá
a llover en este cielo
cada vez mas extenuado.